Como cristianos comprometidos con Dios y su reino hemos de reconocer que algunas realidades de la iglesia en la actualidad la estorban en el desarrollo de la misión para la que fue enviada al mundo.
1. Confusión acerca del significado de la misión
La misión es la misión de Dios. La Escritura es el relato de un Dios que está en misión. La misión tiene base en la Trinidad porque en Dios se origina, se sostiene y se consuma. En Dios Hijo se encarna, se proclama y se modela y En Dios Espíritu se dirige, se respalda y se realiza. El Padre envía al Hijo, Padre e Hijo envían al Espíritu, y de esa Trinidad en misión se envía la iglesia. La iglesia entonces nace de la misión de Dios, y por lo tanto es la iglesia en misión. Ya no se puede hablar de la
misión de la iglesia, sino de la iglesia en misión. Por consiguiente la iglesia es misional por naturaleza y si deja de serlo, en el sentido bíblico deja llamarse iglesia. La iglesia ha dejado de ser el centro, en realidad nunca lo fue. Ahora bien, este Dios en misión ha elegido usar instrumentos para llevar adelante su propósito de bendecir a la humanidad, y a toda la creación. Y aquí se espera nuestra respuesta comprometida para unirnos en misión con Dios y llevar adelante su propósito.
2. Pastoral y comprensión de la misión cristiana
El movimiento misionero iberoamericano ha sido un movimiento de las bases. Aunque muchos pastores han comprendido la implicancia de la misión para sus propias vidas y ministerios, todavía son una “honrosa minoría”. Lamentablemente esta es una de las materias pendientes. Por otra parte también observamos que los llamados “líderes de primera línea”, de “alto perfil”, o de “notoria influencia”, representan el grupo menos alcanzado dentro de los pastores y uno de los más difíciles de involucrar.
3. Modelos de iglesia autosuficiente
Algunas modelos no solamente se han copiado del mundo sino que además son caros en su instrumentación: consumen los recursos humanos, espirituales y económicos, y siempre parecen demandar más. Nada queda para otra cosa, menos para misiones, Cuando ese tipo de iglesia se vincula con otras, suele hacerlo desde un lugar de superioridad y de manera pasajera. Cabe recordar que la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo no tiene privilegiados ni iluminados. Esta enfermedad, conocida antiguamente como “ecleciocentrismo”, drena la vitalidad que participar en misiones requiere.
4. Ausencia de una teología del sufrimiento y la persecución
En muchos países la hostilidad no es silenciosa sino abierta y manifiesta. Por un lado desconocemos la realidad de la iglesia que sufre por causa del evangelio. Por otra parte el surgimiento de “otros evangelios” como el de la prosperidad, y el del éxito arengan por una vida cristiana cómoda, de placer ilimitado y sin dificultades. En este contexto la enseñanza de la Palabra acerca de las pruebas, el sufrimiento y el costo no son tenidas en cuenta. Si esto es así no podemos sorprendernos por la fibra de nuestra práctica misionera.
5. Indisposición para participar económicamente
Tenemos que enfrentar una realidad. El problema de nuestras iglesias no es fundamentalmente económico. A pesar de la crisis, el problema está en otro lado. El problema no pasa por la falta de dinero, sino por la falta de visión, de compromiso, de generosidad, y de obediencia. ¿Dónde estamos invirtiendo los recursos de Dios? . Participar en misiones requiere generosidad, desprendimiento. Claro que no solamente de medios económicos, sino también, y ante todo de personas. Pero esas personas deben ser capacitadas, equipadas, enviadas, apoyadas. Por ello la misión implica participación económica a largo plazo.
6. Búsqueda desordenada de liderazgo y apetencia de poder
Aunque Cristo dijo que él había venido a servir y a no ser servido, y que “ejemplo nos había dejado para que nosotros también hiciéramos”, y que “Con vosotros no será así”, no obstante tenemos que reconocer que uno de los principales obstáculos para la misión lo constituye el propio liderazgo. Los modelos culturales han desplazado al liderazgo al estilo de Jesús. La preocupación con el estatus, la obtención de los símbolos de poder, la lucha por la preeminencia, o la insistencia de que la renovación, la transformación, la misión, pase por mi persona, mi programa o mi organización, es una gran tentación en la que muchos han sucumbido y que quizás muestre por que causa el verdadero avivamiento no ha llegado todavía.
Daniel Bianchi
En colaboracion con el Ministerio Crecer.