Mucho se ha hablado del tema de la prosperidad, y se sigue hablando. Es un tema común en los púlpitos y los medios de comunicación cristianos. Aparece en libros, talleres y seminarios. Parece que ha llegado a ser casi una obsesión en ciertos círculos. En América Latina sus postulados han tomado en que se conoce como “Teología de la prosperidad”. A pesar de su auge hay que enfrentarse a ella y descubrirla. Su fracaso es evidente pues esta corriente entiende la prosperidad exclusivamente (o principalmente) en términos económicos, materiales, físico y cuantitativo. La prosperidad así entendida requiere que siempre se acompañe con la sanidad física y el éxito (nuevamente estos son vistos desde una perspectiva humana).
Ante esto propongo mirar este tema desde la perspectiva de la misión. La práctica y la reflexión de un misionero que trabajó en una de las zonas más pobres de África nos puede ayudar a corregir el extremismo de la prosperidad mal entendida. (Ver: Jonathan J. Bonk en Mission and Money: Affluence as a Western Missionary Problem. (Mísión y Dinero: La riqueza como un problema misionero de Occidente”, no disponible en castellano).
· En ambos testamentos la riqueza y el dinero, junto con la comodidad y la pretendida seguridad que traen, nunca pueden constituirse en una meta para la vida. 2 Cor. 4:7‑18 (No vivimos por lo que se ve sino por lo que no se ve).
· Las posesiones que tenga un discípulo de Cristo le son confiadas en mayordomía. (Solamente son legítimas si las usa para el propósito de Dios y por lo tanto se tendrá que rendir cuentas de las mismas).
· La prosperidad en el Nuevo Testamento no es una señal de rectitud así como la pobreza y las dificultades tampoco son señal del displacer de Dios. (Por el contrario, por lo general la riqueza se asocia con el distanciarse de Dios, el maltrato por los pobres, la preocupación egoísta y la impotencia espiritual. Lc. 19:2 (Zaqueo era rico e impío.) 2 Cor. 8:9 (Cristo era pobre). 2 Cor. 11:16‑12:10 (Los sufrimientos de Pablo resultados directos de su fidelidad).
· El dinero y la riqueza son potencialmente peligrosos y destructivos. Muchos cristianos no creen en el poder seductor y destructivo del dinero. Los ejemplos de cómo esto ha causado el naufragio espiritual de mucha gente son bien conocidas. Esto se debe aplicar tanto a la vida de las iglesias como a los misioneros que van a servir a otros lugares.
· Dios escogió trabajar por medio del pobre y débil ante que por los ricos y poderosos (Mt. 1.18‑21; Lc. 1.26‑38). Maria la prometida de José elegida para traer al Hijo de Dios encarnado. Esto le costó su reputación y la cargo con el estigma no sólo de concebir a un hijo fuera del matrimonio, sino con una vida de malentendidos y sufrimiento por causa de la persona y las obras de ese hijo. Esto es parte del costo de la obediencia y el favor divino. Ver ejemplos: Esmirna: pobre pero rica (Ap. 3.7‑13). Filadelfia: d;ebil pero fuerte ( Ap. 3.14‑21). Laodicea: rica pero paupérrima.
Busquemos la prosperidad integral, la que enseña la Palabra, y no está controlada por criterios de la sociedad de consumo en la que vivimos.