A través de los años los hombres han respondido de distintas maneras al dolor y el sufrimiento. Se lo ha interpretado como resultante del pecado, de la maldición generacional, de las decisiones de la vida anterior, de una ilusión de los sentidos, del resultante de los deseos, del fatalismo, del destino, el azar, o el infortunio, del capricho de los dioses, de la opresión de los poderosos, de la desigualdad social, etc.
Se lo ha intentado enfrentar con la negación, la indiferencia, el escape, el placer, el cuestionamiento, la pasividad, la contemplación, el aturdimiento, la resignación, la incredulidad, la locura o aún la muerte.
Ninguna de estas respuestas es la correcta.
Tenemos que aceptar el hecho de que no tenemos una respuesta completa y final para el problema del sufrimiento.
A Job no se le dio razón acerca de sus padecimientos.
Al contrario pareciera que – después de su encuentro con Dios – la urgencia de Job desapareció.
Como cristianos partimos del la base de que Dios mismo es el que sufre.
Él es el primero que sufre y el que sufre más intensamente y por eso puede compadecerse de nosotros.
Dios nos hizo con la capacidad de experimentar el dolor.
Es un don inesperado que muchas veces no apreciamos. El dolor de Dios es algo muy real, profundo. Dios sufre al ver su creación, al ver a sus criaturas, al ver el estado de su iglesia.
Por eso mismo la encarnación es lo que nos ayuda a vislumbrar el significado del dolor y el sufrimiento. La cruz nos muestra que, aún sin entender todas las razones, hay un Dios que no es indiferente.
Como otro ejemplo baste notar los quebrantos de Pablo en su carta a los filipenses.
En sus páginas, el apóstol, menciona por lo menos seis motivos:
– Los sufrimientos contribuyeron al avance del evangelio
– Los sufrimientos hicieron notoria la causa de Cristo
– Los sufrimientos son parte inherente a la práctica de la misión
– Los sufrimientos alentaron y pusieron en acción a otros creyentes.
– Los sufrimientos identifican y unen a quienes los que padecen
– Los sufrimientos actuales no pueden compararse con el gozo que da Cristo y la gloria venidera.
Somos la comunión de los sufrientes.
Seguidores del Salvador que tiene las manos horadadas, el costado abierto y las marcas de los espinos, las astillas y los latigazos.
Daniel Bianchi
www.danielbianchi.com
En colaboracion con el Ministerio Crecer.