Marta es una hermana de nuestra iglesia, alrededor de 70 años, jubilada, soltera, sin hijos, que ha servido mucho a Dios. Pero hoy, en esta etapa de su vida, ella se atreve a cambiar y hacer nuevos movimientos que conducen a ganar almas.
Vive hace muchos años en un complejo de 18 edificios con 100 departamentos cada uno y conoce a la mayoría de sus habitantes. Este año decidió abrir un grupo en su hogar, una célula y ayer (a un mes de trabajo) ya vio frutos.
Tiene bien claro el objetivo: compartir el evangelio. Apuntalándose en un grupo de oración comenzó a invitar y visitar a sus numerosos vecinos. Cada jueves empezaron a venir a su hogar. Los invita a una charla, con té de por medio, sobre temas espirituales. Y cada semana vio respuesta. Algunas personas no faltaron desde la primera reunión. Hay un movimiento inusual en su tranquilo hogar. Llegan las personas y en un ambiente familiar, informal, distendido escuchan la Palabra de Dios, comparten sus creencias, dudas, inseguridades, experiencias…
Marta junto a su líder de célula comenzaron a orar por nombre por cada una de estas personas, intercediendo para que sus ojos espirituales sean abiertos y continuaron conociéndolas, brindándose, compartiendo las verdades bíblicas, supliendo necesidades.
Tiene bien claro que lo importante son esas personas que Dios esta trayendo, por quienes murió y a quienes ama y quiere alcanzar. Y ayer (a un mes de comenzar a reunirse) con alegría en el corazón pudo escuchar como 3 de sus vecinas entregaron sus vidas a Dios.
¿Como llegó este fruto tan esperado? Porque aún a su avanzada edad estuvo dispuesta a hacer cambios reales y movimientos para vivir su fe de una forma simple, sencilla, apuntando a cumplir el mandato de Dios de llevar su mensaje al perdido.