Ayer pregunté sobre una iglesia, con templo propio, aproximadamente 20 miembros, en un barrio con numerosos necesidades en las cuales se puede servir, tienen culto, escuela para niños, reunión de oración, pastor, líderes (fieles y dedicados que conozco) y preguntando un poco más me dicen que hace 15 años que son iglesia en ese lugar. Me sorprendo ¿y sólo son 20 miembros?
Conversando más sobre el desarrollo de la iglesia encontramos una razón (a mi entender fundamental) que seguramente impide que el grupo crezca y que se afirme ese crecimiento.
Seguramente esta iglesia desea crecer, tiene el sueño de ver su templo colmado de personas, realiza con entusiasmo y esmero cada actividad que les mencioné, inclusive alcanzan nuevas almas para Cristo. La posibilidad de crecer, aún de duplicarse esta a su alcance… pero hay un aspecto que han dejado de lado.
La persona que entrega su vida a Cristo necesita los cuidados de cualquier recién nacido. Ha nacido espiritualmente y es responsabilidad de su padre o madre espiritual (la persona que lo guió a Cristo) brindarle afecto, alimento, protección, acompañarlo de la mano al dar sus primeros pasos, guiarlo a poder comunicarse, etc. etc. Esta tarea tan preciosa y especial, esta atención espiritual y personal que conocemos como Discipulado es la clave para que las personas que conocen a Cristo se afirmen, crezcan sanos y pasen a formar parte de nuestra familia espiritual (Iglesia).
Es necesario estar dispuesto a ir a visitarla, dispuesto a pasar tiempo con esa persona, estar dispuesto a cuidar a esa persona, estar dispuesto a ser constantes, a tener paciencia, en definitiva a entender que el cuidado de esa persona es lo más importante.
Como relataba al comienzo, la razón que encontramos fue esta: Este mandato tan claro y concreto «VAYAN Y HAGAN DISCÍPULOS» esta olvidado.