Cuando una iglesia comienza a trabajar en células, hay muchas expectativas, entusiasmo, deseos de implementar este modelo de trabajo a fin de alcanzar los objetivos y logros esperados: testificar a personas que no conocen a Cristo, hacer discípulos, formar grupos que como familias reciban y ayuden a crecer a estas personas, crecer como iglesia… pero con el tiempo a veces caemos en una rutina.
Si nuestro deseo sincero es seguir creciendo en el desarrollo de células efectivas, eficaces en la tarea que tenemos como meta es importante que nada paralice la tarea.
Lo que estamos realizando no es mecánico, ni matemático, ni inflexible, ni exacto, por lo tanto los resultados no son siempre los mismos ni en el mismo tiempo. Pero nosotros debemos persistir en obediencia en cumplir los mandatos que Jesús nos encomendó.
El entusiasmo puede variar, la expectativa también, pero
deseamos trabajar y contribuir al desarrollo de la célula
para agradar a Dios, demostrarle nuestro amor obedeciendo y ser de bendición para otras personas.
Cuando se produce una meseta en este desarrollo, en la célula, en el crecimiento de la iglesia es cuando más debemos mantener nuestra firmeza y nuestra búsqueda de Dios para seguir adelante. Sabemos que Dios es el que da el crecimiento.
Puede haber aspectos que ajustar, que modificar, que mejorar, lo que no cambia es la tarea que tenemos por delante. Porque no cambian los mandatos de Jesús, no cambia lo que Él espera de nosotros como hijos suyos. En esa claridad podemos seguir caminando y obedeciendo enfocados en hacer su voluntad.
La madurez en cada persona, el desarrollo en la célula,
el crecimiento en la iglesia se da al perseverar
cumpliendo la tarea que Dios desea realizar por medio de su pueblo en esta tierra.