Las células cristianas están planificadas para crecer. La iglesia celular crece con el crecimiento de sus células. La iglesia primitiva crecía por medio de las iglesias en las casas (hoy células). Deseamos que nuestra célula crezca…
¿Alcanza con abrir un hogar e invitar a amigos y vecinos? ¿Basta que vengan personas nuevas? ¿Se logra cuándo hay personas que aceptan a Cristo como su Salvador y Señor?
El crecimiento de una célula espiritual tiene mucha semejanza con el crecimiento de una célula física. Es un proceso, tiene un desarrollo hasta lograr el crecimiento y la multiplicación. Pasa por diferentes etapas y cada una de ellas tiene su importancia.
Como líderes de células nos corresponde guiar estas etapas y tener la paciencia en ir avanzando en cada una de ellas. Saltearlas solo apresura un resultado que por no respetar el proceso adecuado puede verse alterado.
Por supuesto esto no es matemático, pero es bíblico. La Biblia compara el reino de Dios con una semilla que a través del crecimiento llega a ser cosechada.
En el desarrollo de las células hay tiempo de invitar personas, conocerlas, relacionarnos, orar por ellas y compartir el mensaje; hay tiempo para alimentar esas relaciones, profundizarlas, ayudar en lo que esté a nuestro alcance; hay tiempo de discipular a las personas que aceptan a Cristo y acompañarlas en crecer y afirmarse como hijos de Dios y hay tiempo de ver la cosecha: almas redimidas integrándose a la familia espiritual (iglesia).
Cuando tenemos ansiedad de ver los logros a veces descuidamos el desarrollo, el tiempo que tiene el proceso en cada persona y precipitamos decisiones y acciones que luego no se sostienen en el tiempo.
Dios nos dé paciencia y perseverancia para hacer nuestra parte y recordar que los tiempos son de Él y Dios es el que da el crecimiento.