El desarrollo de nuestra iglesia es directamente proporcional a los miembros de nuestra iglesia que vivan de acuerdo a los valores de Dios. Pero pueden surgir diferentes problemas al tratar de trasladar estos valores a sus vidas. ¿Será tan complicado que en nuestra vida otros vean los valores de Dios?
¿El amar a Dios sobre todas las cosas, que me lleva a amar al prójimo como a mí mismo, necesita alguna preparación especial para ponerlo en práctica?
Cada persona que me rodea es mi prójimo (próximo) y Dios se ocupa de preparar las situaciones donde puedo poner en práctica este amor. Lo que cuesta es alterar mis planes, lo que ya tenía programado hacer para brindar algún servicio, ayuda, atención al que me rodea. Y ahí… se presenta el problema.
¿Qué es realmente lo primero y más importante? Viendo la vida de Jesús vemos que no hay dudas en Él: siempre el atender a las personas estuvo en primer lugar, a pesar de su cansancio, a pesar de otras necesidades (ej. hambre) que tenía como todos nosotros. Él estaba dispuesto a no dejar pasar ninguna oportunidad de dar su amor al prójimo.
La primera preparación especial que cada uno necesitamos es crecer en nuestra relación personal con Dios. Esta relación personal con Dios (basada en nuestra vida devocional) nos lleva a conocerlo más y buscar hacer lo que Él desea de acuerdo a sus prioridades.
Necesitamos hacer los cambios que haga falta en nuestros horarios para dedicar tiempo a amar al prójimo, no solamente con diferentes ayudas, sino con evangelismo efectivo que le dé la oportunidad de recibir «nueva vida» y con tiempo de cuidado personal que le permita crecer espiritualmente (discipulado).
Es en esta entrega constante donde se podrá ver lo que Dios valora en nuestras vidas.