Cuando hablamos del crecimiento de la iglesia
queremos enfocarnos en un crecimiento genuino, auténtico, legítimo. Tristemente muchas veces contamos como crecimiento el ingreso de miembros de otras iglesias que por diferentes razones se distancian de las mismas y al tiempo ingresan en nuestra iglesia.
En estos artículos no estamos hablando de esta situación.
La iglesia, el cuerpo de Cristo, el pueblo de Dios, el Reino de Dios, es universal, esta diseminado en todo este planeta y a la vez somos uno. Pero en nuestra ciudad o comunidad existen una o varias iglesias locales formadas por miembros.
Cuando hablamos de crecimiento de la iglesia nos referimos a ver convertidos cada semana por medio de nuestro trabajo personal de visitar, presentar el evangelio, testificar y con la bendición de Dios ver que almas pasan de muerte a vida. A este crecimiento apuntamos.
Si se suman hermanos que ya conocen a Cristo (que eran miembros de otra iglesia) y desean incorporarse en nuestra iglesia, Gloria a Dios que ha vuelto a atraer sus corazones a su camino y a desafiarlos a servirle, pero ya conocían a Cristo.
No nos conformemos con un crecimiento de la iglesia que no sea genuino
que consista en personas que por medio de nuestro testimonio y siembra llegan a conocer a nuestro Dios. Y cuando esto sucede, no descuidemos las formas de consolidar esta decisión y este crecimiento por medio del cuidado personal, del discipulado individual o grupal. Que esa nueva vida pueda tener la atención que merece para crecer fuerte y sana hasta desear incorporarse a la iglesia y formar parte del cuerpo de Cristo en este lugar.
“yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1ª. Corintios 3:6) Sigamos haciendo la tarea