Y estando en la condición de hombre se humilló a si mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2.8
El amor es acción.
En la persona de Jesús vemos un gran ejemplo de cómo funciona el completo y verdadero amor:
En Filipenses 2 la Palabra de Dios nos alienta a que “haya en ustedes este sentir que hubo en Cristo Jesús” lo que indica que el plano de los sentimientos es vital para una experiencia de obediencia.
Después se nos dice que él “no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse”; estimar es un ejercicio de nuestro pensamiento por el cual evaluamos si algo que haremos merece ser realizado o no, y esto nos marca la importancia de la reflexión en el proceso de obedecer.
Pero esta obediencia, que era una demostración de el amor de Jesús hacia su Padre y hacia nosotros culmina con la entrega de su voluntad: “haciéndose a sí mismo obediente hasta la muerte”.
Este acto de su voluntad es determinante para que haya obediencia. Si Jesús no hubiera alcanzado ese escalón en su obediencia nosotros hoy no seríamos salvos. Su amor por nosotros llegó al nivel de la acción y eso es lo que él afirmaba cuando decía “el que me ama, hace lo que yo le mando”, o sea alcanza el plano de la acción.
De la misma manera nuestro amor a Dios no debe quedar limitado a los aspectos del sentimiento o pensamiento sino que debe alcanzar su clímax en la acción.
Las palabras de Jesús a sus discípulos fueron “Síganme” y ésta expresión está dirigida a nuestra voluntad. ¿Qué pasos debemos dar? Obedecer sus mandatos simples hacia él y hacia las personas.
Oración: Señor, quiero seguir tu ejemplo, permite que mis sentimientos y pensamientos se conviertan en los escalones previos de una demostración efectiva del amor a través de mis acciones por ti y por las personas.