Un niño cae al piso, su cabeza sangra.
Su mamá, que regañó todo el día con él, que se cansó de verlo desobedecer, que si no fuera su hijo ya lo habría exiliado en algún país lejano y que está sin fuerzas después de un día agotador, sale corriendo a atenderlo, a curarlo, a mimarlo, a darle amor.
La situación sucedió tan rápidamente que no hubo tiempo para la reflexión o hablar de sentimientos antes de actuar.
Pero la acción despejó toda duda sobre el amor de esa madre por su criatura.
Cuando Jesucristo nos pone de cara al primer mandamiento, a nuestra prioridad, a nuestra primera obligación, a nuestra obediencia básica o como usted desee llamar al Señorío de Cristo en nuestras vidas Él dice:
«Ama a Dios con todo tu corazón (Sentimientos), con toda tu alma (Voluntad) y con toda tu mente (Pensamientos) y a tu prójimo como a ti mismo»
Nos coloca frente al desafío del amor equilibrado que incluye los tres planos de nuestra existencia.
Ya vimos que una persona, una célula y hasta una Iglesia pueden vivir casi exclusivamente en uno de estos tres planos:
El plano de los sentimientos o emociones.
De los pensamientos,
y el plano de las acciones.
En base al primer mandamiento podemos ver que Dios desea un amor equilibrado que pueda incluir sentimientos profundos, reflexiones sabias y acciones concretas.
El amor que no pueda ser desarrollado de manera equilibrada en estos tres aspectos producirá personas, células e iglesias que se irán desviando del verdadero propósito de Dios para ellas.
El amor que está centrado en el sentimiento y las emociones corre el peligro de no dejarnos avanzar hacia el amor completo que, como en el caso de la madre con su hijo lastimado, puede dejar a un costado sus sentimientos momentáneos y comprometerse en un amor que acciona por el otro.
Los momentos cumbres de adoración y música que vivimos en nuestros cultos deben verse reflejados en las acciones concretas semanales por Dios y el prójimo para que los primeros tengan su sentido completo
La adoración a Dios a través de muchas formas externas en el día de reunión que después no encuentra una respuesta voluntaria personal a sus mandatos de lunes a viernes fue denunciada.
En Isaías, capítulo 1, nos recuerda que «La multitud de sacrificios y holocaustos» llegan a hastiar a Dios (verso 11), que «nuestras fiestas, asambleas y ofrendas» (todas expresiones de nuestros sentimientos por Él) «lo cansan» (verso 14)
También que por más que «extendamos nuestras manos y en nuestras reuniones multipliquemos la oración» Él «se esconderá» (verso 15).
Porque todas esas expresiones de nuestros sentimientos no vienen acompañadas de las acciones que Él espera de nosotros (versos 16 y 17).
Particularmente me gusta medir a nuestra Iglesia por lo que ocurre de lunes a viernes y no solamente por lo que pasa el domingo dentro de nuestro edificio.
Es una forma simple de colocar a todas las expresiones que se escuchan en el Culto en la balanza correcta de las acciones semanales.
El amor centrado en el pensamiento y la reflexión a veces nos lleva a tener más y más información de Dios, pero no bajamos todas esas ideas teológicas al campo de batalla ni a acciones concretas por Dios y el prójimo.
Cuando Pablo recuerda que «el conocimiento envanece, pero el amor edifica» está metiendo el dedo en la llaga de todos aquellos que entienden que su amor a Dios se expresa en su dedicación a estudiar más y más de Él.
Pero no pisan semanalmente ni el terreno de «dejarnos emocionar por Dios» ni el de la acción concreta por Dios y el prójimo.
Finalmente, el amor centrado en la acción puede llevarnos al activismo si no tomamos en cuenta la reflexión y el lugar que los sentimientos deben ocupar en nuestras vidas.
Buscar el equilibrio es el desafío para nuestras vidas, células e Iglesias.
Nuestra entrega en estas áreas deberá ser con todo nuestro corazón (sentimientos expresados), con toda nuestra alma (voluntad para realizar las acciones correctas) y con toda nuestra mente (la reflexión que trae sabiduría) a fin de formar miembros, células e Iglesias que realmente amen al Señor de la manera que Él lo espera.
Un abrazo en Cristo.
Tito Osvaldo Robert.
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