Cuando hablamos de discipulado lo primero que pienso es ¿Qué clase de discípulo soy? Porque posiblemente formaré un discípulo semejante a mí y es mi responsabilidad como líder la formación sana y correcta de ese discípulo…
¿Puede ser que, aún con la mejor intención, desperdicie mi tiempo y el de mi discípulo y no haya cambios en su vida?
La acción de formar un discípulo tiene que estar fundamentada en la Palabra de Dios y vemos que Jesús es claro con su instrucción: “…enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mateo 28:20)
Jesús ejemplificó este mandato durante su vida. Él se concentró en darles instrucciones a sus discípulos, mandatos acerca de la manera en que debían conducirse. Sus enseñanzas no consistían en la opinión que tenía acerca de la vida espiritual. Eran mandamientos que tenían como objetivo producir obediencia.
Este es el punto clave del discipulado. Si somos solamente “oidores” (Santiago 1: 22) nos engañamos a nosotros mismos.
En nuestros discipulados apuntamos a la transformación de las vidas de las personas por el poder de Dios al obedecer sus mandatos.
Muchas veces caemos en darles mucha información, estudios, opiniones, nos oyen entusiasmados… pero siguen viviendo de la misma manera.
Cuando los judíos escucharon las enseñanzas de Jesús, él los confrontó y les dijo claramente “si se mantienen fieles a mi Palabra serán verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31).
Como líderes de la iglesia debemos estar atentos, no distraernos y entretenernos en detalles, largas discusiones sobre un tema en particular, sino ser ejemplo de nuestros discípulos de “guardar (obedecer, ser fieles) todas las cosas que Jesús nos mandó y velar que esta obediencia se desarrolle en las vidas de ellos.
Así seremos y formaremos verdaderos discípulos.
Así cumpliremos el mandato de «enseñarles que guarden (obedezcan)» y veremos la transformación en sus vidas.